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Introducción
Mucho se ha escrito, por una parte, en los campos de la lingüística y de la psicología sobre las diferencias entre el lenguaje oral y el escrito. Por otra parte, ha habido un interés perenne, quizá creciente, en los campos de los estudios literarios y culturales, por tradiciones y géneros de la palabra hablada y de la escritura. Desde la publicación de obras pioneras como las de Albert Lord, The singer of tales (1960) y Walter Ong, Orality and literacy (1983), comprendemos mucho mejor el peso cultural de la palabra escrita y la enorme transformación cognoscitiva que ésta ha desencadenado en nuestras sociedades modernas. Sin embargo, las dos corrientes de investigación, la lingüística-psicológica y la literaria-cultural, han tenido hasta la fecha muy poco que decirse. Si bien es verdad que las publicaciones de Ong aparecen citadas en muchos estudios lingüísticos, su “psicodinámica de la oralidad” y “dinámica de la textualidad” parecen tener poca resonancia a la hora de medir rasgos lingüísticos concretos. Por otro lado, los términos “implicación,” “distanciamiento,” “fragmentación” e “integración” (cf. Chafe 1979, 1980, 1982 y Redeker, entre otros), indicadores empleados tradicionalmente por los lingüistas para detectar características del lenguaje oral y escrito, no parecerían pertenecer al vocabulario conceptual y analítico sino de muy pocos especialistas de los estudios literarios y culturales. Es hora, sin duda, de volver a reflexionar críticamente sobre la cuestión, analizando la posibilidad de enfocarla en el marco de la perspectiva interdisciplinaria que le corresponde, o en todo caso en una perspectiva más amplia. Cabe preguntar, específicamente, cómo la oralidad se refleja a través del lenguaje oral. El propósito de nuestra breve presentación es presentar unas observaciones preliminares e incompletas sobre el respecto en torno a un género concreto: la telenovela latinoamericana y más precisamente, la mexicana. Nuestro objeto aquí es examinar el carácter más o menos oral del lenguaje de la telenovela, ya que tradicionalmente se ha insistido en la oralidad de este género. Nora Mazziotti habla, por ejemplo, de la “oralidad primaria” de la telenovela (16), la cual entraña, en el caso de la telenovela argentina, la utilización de un lenguaje coloquial, “ya sea el lunfardo o giros lingüísticos característicos, como el voseo y el checheo, y también el cocoliche, jerga ítalo-criolla propia del sainete” (158), aunque a los registros coloquiales se agrega también “el recurso de la frase sentenciosa, esta vez en boca de personajes cargados de una fuerte legitimidad social (curas, monjas, abogados, maestros, médicos)” (158-159).
Para
poder aplicar críticamente la hipótesis de la oralidad
a la telenovela mexicana, nos proponemos, primero,
puntualizar una serie de conceptos para aclarar las
dimensiones y las herramientas del análisis
lingüístico del lenguaje oral y escrito, después de lo
cual pasaremos a considerar el problema de la
caracterización de nuestros materiales videograbados y
transcritos de telenovelas mexicanas. Actualmente nos
encontramos en la fase inicial de un proyecto titulado
“Discurso mediático y género: elementos visuales y
verbales en la telenovela mexicana,” dirigido por los
profesores Fernando de Diego y Rodney Williamson de la
Universidad de Ottawa, en colaboración con el Dr. Raúl
Ávila de El Colegio de México, y en asociación con el
megaproyecto internacional que éste dirige sobre la
“Difusión Internacional del Español en la Radio, la
Televisión y la Prensa.” Agradecemos al Dr. Ávila el
uso de parte de su corpus de materiales mexicanos.
Hasta ahora hemos trabajado con muestras de dos
telenovelas televisadas en 1997, “Mirada de mujer” de
TV Azteca y “Desencuentro” de Televisa. En el presente
trabajo sólo habrá espacio para exponer resultados de
la primera de ellas. El estudio lingüístico de la dicotomía lenguaje oral-escrito
Aunque
toda una serie de investigadores se dedicaron a fines
de los años 70 y comienzos de los 80 al estudio
sistemático de la relación entre lenguaje oral y
escrito (Cole, Greenfield, Keenan, Kroll, Olson,
Rubin, Scribner y otros, enfocando aspectos
psico-pedagógicos, de aprendizaje de lectura, etc.),
dos esquemas de codificación se destacan: el de Elinor
Ochs para el discurso planificado
y el no planificado, y el de Wallace Chafe 1979,
1982 para el discurso oral y
escrito, esquema basado en muestras recogidas en un
medio universitario y compuestas por conversaciones a
la hora de comer, conferencias académicas, cartas
personales y artículos académicos. El esquema de Chafe, que coincide en muchos
aspectos con el de Ochs pero que
propone un inventario más completo de rasgos
lingüísticos, se reproduce en Redeker
de la forma siguiente (la traducción es nuestra y los
ejemplos en español se encuentran en nuestros
materiales de “Mirada de mujer”): Cuadro 1 Indicadores y rasgos lingüísticos que caracterizan el lenguaje oral y escrito Indicador: IMPLICACIÓN (“INVOLVEMENT”)
Indicador: DISTANCIAMIENTO (“DETACHMENT”)
Indicador: FRAGMENTACIÓN
Indicador: INTEGRACIÓN
Con estos cuatro indicadores Redeker emprende un estudio de dos géneros, la narración y la explicación, tanto en forma hablada como escrita, con una serie de ocho estudiantes universitarios. De los resultados concluye que: Spoken texts are more involved and more fragmented than written texts, which are more detached and more integrated. Stories show more involvement and fragmentation and less detachment and integration than explanations. (49)(1) En otras palabras, la implicación y la fragmentación son indicadores de la oralidad, y el distanciamiento y la integración del texto escrito, pero la medición de la escala de lenguaje hablado-escrito se complica aquí con la de los géneros, que también se diferencian en la misma escala. La misma importancia del género en esta relación, la han reconocido no sólo algunos, sino casi todos los investigadores que han indagado sobre el tema. Jarrett (170) resume la cuestión clara y sucintamente: A dichotomy between verbal productions that are 'oral' on the one hand and 'literate' on the other may provide a useful heuristic but may also be confining and confusing. Some oral texts, such as the blues song we have examined, can allow their elements to be shifted around. Others demand a very strict attention to sequence, such as the narrative joke. The same range is exhibited by written texts. It is essential in our consideration of texts from literate and nonliterate sources to acknowledge the power of the genre and the linguistic patterns surrounding it.(2) Varios estudios posteriores publicados en el transcurso de los años 80 pusieron en duda la posibilidad de una escala unidimensional de rasgos lingüísticos que definiera la progresión de lo oral hacia lo escrito, y atacaron la dicotomía misma. Tannen, en uno de sus primeros artículos sobre el tema, concluyó lo siguiente: The difference between features of language which distinguish discourse types reflects not only - and not mainly - spoken vs. written mode, but rather genre and related register, growing out of communicative goals and context. (18)(3) Posteriormente, se dedicó a explorar los rasgos lingüísticos que comparten géneros literarios (sobre todo la poesía) y la conversación, haciendo hincapié en la “oralidad de la literatura” y “la literariedad de la conversación” (1985). Como apunta ya en 1982: those features which are thought quintessentially literary (repetition of sounds and words, syntactic parallelism, rhythm) are all basic in ordinary spontaneous conversation. (2)(4) Investigadores ingleses como Carter, Fowler, Short, y otros han insistido en la misma continuidad. Murray, en su estudio de una situación multimodal y multimediática moderna en un laboratorio de IBM, postula la necesidad de repensar la oposición entre oralidad y “literariedad”: Literacy and orality are not dichotomous, nor do they represent ends of a continuum along which various types of literate and oral modes can be placed as a result of their specific characteristics. E-message and E-mail, although in written form, often share characteristics claimed to identify oral language, such as fragmentation and personal involvement; however, E-mail can share characteristics of written language. Similarly, letters to one´s family or notes left on the refrigerator door, although written, may be fragmented and express personal involvement, while speeches and oral defenses of dissertations, although spoken, may be highly integrated and impersonal. (370)(5) Señala aquí la importante distinción entre medio de transmisión escrita u oral, y modo, es decir, el tipo o género de comunicación del que se trata. Más adelante señala la importancia del contexto situacional: Thus, the appearance of characteristics such as integration, personal involvement, and so on, are primarily the result of the specific context of situation, not of whether the discourse is written or oral. (ibid.)(6) Otro problema con las clasificaciones del tipo de la de Chafe es que los diferentes indicadores no son homogéneos. Por una parte, unos abarcan casi por definición un número mayor de rasgos lingüísticos concretos que otros (la implicación frente al distanciamiento, por ejemplo); por otra, como señala Tannen, dos de ellos tienen que ver con la estructuración superficial del lenguaje, y dos con una dimensión más profunda: Integration (and its opposite, fragmentation) is a surface feature of linguistic structure. Involvement (and its opposite, detachment) is a deeper dimension, reflecting what Goffman 1979 has described in face-to-face interaction as footing, i.e. the speaker's stance toward the audience (and l would add, toward the material or content). Therefore, features of integration and involvement, which Chafe finds characteristic of writing and speaking, respectively, can be combined in a single discourse type. (2)(7) Habría que agregar un elemento más a esta complicada ecuación, y es la diferencia entre discursos monológicos y dialógicos. Parte de las diferencias entre el enfoque de Tannen (que en varios de sus trabajos parecería insistir en el parámetro de la implicación personal del emisor en su discurso) y el de Bell, quien sostiene que el estilo discursivo depende principalmente del público receptor o de los interlocutores, se pueden conciliar al comprender que algunos géneros discursivos dependen funcionalmente, e incluso estructuralmente, de la cooperación entre emisor y receptor (son dialógicos), en tanto que otros son unidireccionales y monológicos. Aquí, de nuevo, nos enfrentamos a toda una gama de posibilidades que incluye el discurso seudo-dialógico (en el que el emisor apela a su público para involucrarlo en el tema, pero sólo para reforzar la imposición del mensaje que él quiere transmitir). Muchos discursos de tipo político o comercial-publicitario, y sobre todo los transmitidos por medios televisados, son de este tipo.
A
pesar de estas complicaciones y las que surgen por el
hecho de manejar materiales en español con una
clasificación que se desarrolló en primer lugar para
la lengua inglesa, echaremos mano del esquema de Chafe como un necesario punto de
partida y de referencia para estudios de esta índole.
La telenovela mexicana y el caso particular de “Mirada de mujer” Cuando se estrenó en 1997, “Mirada de mujer” pretendía ser novedosa por su planteamiento explícito de perspectivas femeninas y temas sociales de actualidad, además de su carencia de desenlace final concluyente.(8) Pero sus innovaciones son más discretas que atrevidas, y no sale realmente de la pauta melodramática de la tradición telenovelesca (Martín Barbero 1991, 1993, 1995), por lo cual parece razonable tomarla como ejemplo típico del género. La trama se desarrolla en torno al núcleo familiar de María Inés, cuyo esposo Ignacio, abogado acomodado de clase alta, se da el lujo de una relación amorosa con una mujer más joven. Como respuesta a esta infidelidad, María Inés también se busca un amante más joven, de nombre Alejandro, y gran parte de la historia consiste en las dificultades que tiene María Inés en vivir su romance en medio de los problemas y las preocupaciones que le traen sus tres hijos, Andrés, Adriana y Mónica. “Mamá Elena,” la madre de María Inés, temible figura autoritaria y encarnación de valores tradicionales y reaccionarios, conspira con Ignacio para conciliarlo con María Inés y restablecer la santa paz familiar. Paralelamente se van desarrollando las historias de la hermana de María Inés, Consuelo, y de su amiga envidiablemente libertina, Paulina. La dinámica de los personajes se estructura, entonces, en torno a dos ejes conflictivos que oponen hombres a mujeres, y jóvenes a mayores.
El
Cuadro 1 ya presentado habrá
servido para ilustrar de salida un punto esencial en
relación con nuestros materiales: que todos los rasgos
lingüísticos de Chafe, sean
orales o escritos, se encuentran en “Mirada de mujer.”
Todos los ejemplos presentados se citan directamente
de nuestra muestra de esta telenovela, sin
modificación ni excepción. Es verdad que no todos
ocurren con la misma frecuencia. En el indicador
Implicación, los pronombres y posesivos de primera
persona se emplean con más frecuencia que los de
segunda y tercera (ver Cuadro 2),
el presente histórico es puramente esporádico y de
carácter excepcional (el tiempo empleado en la enorme
mayoría de los casos es el presente puro y simple),(9) y el uso de énfasis y
monitoreo bastante común (ver Cuadro
3) como también lo son las expresiones “vagas.”(10) El empleo de expresiones
coloquiales, indirectas y atenuantes, y de
modalidad epistémica es característico de cierto grupo
o de personajes individuales. La modalidad epistémica
caracteriza sobre todo el discurso de las mujeres y de
la familia nuclear de María Inés.(11) Por su parte, las expresiones
indirectas y atenuantes son propias de las mujeres.(12)
Cuadro 2 Indicador Implicación: pronombres personales y posesivos
Cuadro 3 Indicador Implicación: expresiones de énfasis y monitoreo discursivo
Las expresiones coloquiales de la novela, si bien no son de uso muy frecuente, resultan particularmente interesantes, ya que diferencian claramente a los grupos generacionales. En términos sociofuncionales, los personajes se reparten en tres generaciones: los mayores de 40 años (María Inés, Ignacio, la “mamá Elena“, Francisco, etc.), el grupo de mediana edad (30-40 años) o de profesionistas jóvenes que incluye a Alejandro, Marcela, Daniela (la amante de Ignacio), etc., y el grupo de los jóvenes (menores de 30 años) que comprende esencialmente a los hijos de María Inés y sus amigos, novios y esposos (-as). La amiga de María Inés, Paulina, aunque por su edad pertenecería al grupo de los mayores, se identifica social, discursiva e incluso psicológicamente con el grupo intermedio de Alejandro, Marcela, etc. Tomando las expresiones coloquiales individualmente, lo único que podemos decir es que los jóvenes parecen emplearlas más que los mayores, ya que la mayoría de ellas se emplea una sola vez en nuestra muestra, pero agrupándolas según el grupo generacional de sus enunciadores se aprecia una distribución más matizada e interesante (ver Cuadro 4). Cuadro 4 Indicador Implicación: expresiones coloquiales
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Salta
a la vista que los mayores emplean muy pocas expresiones
en comparación con los jóvenes y que las que emplean
pertenecen realmente al español general en el sentido de
que todo hispanohablante las entiende aun cuando no las
emplea personalmente. Lo mismo se podría decir de las
expresiones utilizadas por el grupo de mediana edad,
probablemente con excepción de pelar (verbo de
una rica polisemia en el español popular) y reventón.
En cambio, por lo menos la mitad de los términos
empleados por los jóvenes son mexicanismos que podrían
no ser comprendidos fuera de México. Existe, pues, un
alto grado de diferenciación de grupos generacionales en
su uso de léxico coloquial, y sólo entre el grupo joven
y el intermedio se dan coincidencias. De éstas, onda
como indudable mexicanismo es la más interesante: ocurre
con mayor frecuencia en la pregunta ¿qué onda?
pero los jóvenes la emplean en una mayor variedad de
contextos como buena onda, mala onda y “mi
mamá tiene sus ondas.” Por último, en cuanto al
uso idiolectal, cabe notar que más de la mitad de las
expresiones del grupo intermedio corresponden a
Alejandro, y varias más a Paulina, dos personajes que
por distintas razones buscan solidarizarse con la
juventud. En resumen, las expresiones coloquiales
sirven el doble propósito de caracterixar a personajes
individuales y de reflejar una dinámica social, en lo
cual, a pesar de su baja frecuencia, estriba su
particular eficacia para representar el lenguaje oral.
Los
fenómenos que indican Distanciamiento son menos
frecuentes que los de Implicación. Pero ya en el antes
mencionado caso de las expresiones coloquiales se vio
que la oralidad no se mide exclusivamente en términos
cuantitativos, sino que hace falta una evaluación
cualitativa para comprender su verdadero
funcionamiento. A conclusiones semejantes podemos
llegar en el caso del indicador Distanciamiento. En lo
que respecta a las citas indirectas frente a las
directas, tomaremos las formas del verbo decir
como el contexto más frecuente para analizar su
empleo. En el cuadro 5 se
exponen los resultados para todas las formas del verbo
que se emplearon con más de un caso de complemento en
forma de cita directa (del tipo: ¿dijiste “se
acabó”?) o de cita indirecta (del tipo: me
dijo que estaba muy cansada). Salta a la vista
que la cita indirecta es más común que la directa y
que llega cerca del predominio total con formas de
tercera persona (dijo, dígale), también con una
forma digamos, con la que el uso de la cita
indirecta sería improbable. Cuadro 5 Indicadores Implicación y Distanciamiento: citas directas e indirectas FORMA
No.
DE INCIDENCIAS
FORMA
No. DE INCIDENCIAS
¿Debemos tomar lo anterior como indicio de distanciamiento? Sin duda las citas indirectas marcan fronteras entre distintos momentos en el tiempo y entre el mensaje del enunciador y el del otro que se cita. Por eso es la forma idónea para transmitir recados (avisos), instrucciones, etc. Pero también es una forma bastante común en el lenguaje oral de hispanohablantes, y en nuestra telenovela sirve para construir una red de actividad verbal que une personajes y temas. Es verdad que los casos de cita directa evidencian una implicación emotiva directa del enunciador con el mensaje citado: sirven para dramatizar o enfatizar asuntos de gran emotividad como el amor o los celos. El siguiente comentario de María Inés sobre una conversación telefónica con Marcela, la que percibe como su “rival” en su relación amorosa con Alejandro, ilustra bien el caso: ¿Cómo se atreve? es lo que yo digo. Además que yo hubiera esperado que me dijera: “¿Sabes qué? Estoy enamorada de Alejandro, tengo una relación con él desde hace equis tiempo y no quiero que usted se interponga entre nosotros.” Porque, entonces, yo hubiera podido reaccionar como fiera y decirle: “¿Sabes qué? Quédese con el tal Alejandro. ¡Adiós!” Pero no, me habla y me dice [tratando de imitar la voz de Marcela]: “Somos dos personas adultas, civilizadas, podríamos discutir un tema que tenemos en común”. ¡Idiota! A fin de cuentas, las citas directas e indirectas subrayan en este caso una función retórica específica de la telenovela. Como señala Linda Waugh, el discurso referido o citado difiere en sus funciones de un género a otro,(16) por lo cual conviene matizar y precisar sus funciones de implicación o distanciamiento según el esquema de Chafe. Otros rasgos del indicador Distanciamiento son menos frecuentes que los de la Implicación, como el uso de pasivas reflejas y otras formas de impersonalidad. De las 293 incidencias del pronombre se, por ejemplo, sólo 64 son usos no personales y la mayoría de éstas corresponden a estructuras convencionales del tipo: olvidársele, escapársele, quitársele, acabársele, antojársele, pegársele (la gana), salírsele, hacérsele, ofrecérsele (fórmula de cortesía) y tratarse de. En muchos casos son fórmulas de disculpa o estrategias de despersonalización para evitar conflictos, y con una sola excepción son empleadas por los mayores o por el grupo generacional intermedio, El grupo intermedio emplea la expresión impersonal a veces con intención irónica, como cuando Paulina le reprocha a María Inés el poco contacto que la dos han tenido: “Oye, hablar contigo se ha vuelto una odisea.” Pero los casos más notables de impersonalidad se emplean para enunciar normas generales y son características, sobre todo, de dos personajes de autoridad y alto nivel social: Mamá Elena e Ignacio. Se emplean casi siempre en situaciones de desigualdad de prestigio o poder, como cuando se habla con criadas, o una persona mayor habla con otra más joven. El siguiente diálogo de la “mamá Elena” con Ignacio servirá para ilustrar el caso (la expresión impersonal va en negrita): Mamá Elena: Pero es la
señora de San Millán, es tu señora. ¿Sabes qué,
Ignacio?, tú caiste en la trampa, te dejaste llevar
por la pasión de la novedad. ¿Sabes cuál fue
tu mayor estupidez? Tu mayor estupidez fue
haberlo confesado. Esas cosas no se dicen,
Ignacio, había que negarlo siempre.
El uso del pluscuamperfecto es más bien raro (hay sólo 30 casos en todo el corpus), y el de las expresiones "literarias", no normales en el habla, parece concentrarse en boca de determinados personajes. Ambos ejemplos citados en el Cuadro 1 son de Ignacio, quien también se dirige a su hijo con la frase “elegante” “no importa de dónde provengan tus logros, Andrés” que es un claro ejemplo de distanciamiento. Éstos son los casos más notables, pero si abrimos un poco el criterio para incluir términos no completamente ajenos al habla, vemos que María Inés es el personaje que recurre con mayor frecuencia a vocablos “librescos” como inculcar, legítimamente, permisividad, vaticinado y venturoso. Otros personajes emplean un solo término literario, sea con propósito irónico, como Paulina, Francisco y Alejandro: Paulina: Ya viste,
María Inés, que tus hijos no murieron de inanición.
sea con auténtica intención de distanciamiento, como en el caso del conflictivo autoanálisis de Marcela: Marcela: Mi caso, lo habría tachado de inverosímil por estúpido, por ridículo. Aunque estos términos son muy poco frecuentes (sólo encontramos 12 casos claros en todo el corpus), son extraordinariamente eficaces en su contexto y revelan que el distanciamiento puede ser una estrategia que depende de diversas intenciones. Son ejemplos del “recurso de la frase sentenciosa” que, como indicamos arriba, Nora Mazziotti descubre “en boca de personajes cargados de una fuerte legitimidad social.” Es notable que ninguno de los casos registrados pertenece al discurso de los jóvenes, y que exceptuando los casos irónicos y el ejemplo de Marcela, son propios del habla de los mayores, de los padres de familia. Haciendo el balance, podemos afirmar que, en términos generales, los recursos de implicación son más frecuentes que los de distanciamiento en “Mirada de mujer.” Pero también es verdad que revelan un alto grado de diferenciación entre personajes: Ignacio, por ejemplo, tiene un grado más alto de distanciamiento que de implicación. Resulta difícil establecer una comparación cuantitativa exacta entre los indicadores de Fragmentación e Integración, ya que el primero se mide por fenómenos exclusivamente sintácticos a nivel de la oración, en tanto que el segundo involucra una mayor variedad de rasgos. Contando las oracionales simples, yuxtapuestas y coordinadas indicadoras de la subordinación, y las subordinadas y los complementos oracionales indicadores de la integración, pudimos constatar en cuatro escenas escogidas al azar, las siguientes proporciones:
Fragmentación Integración Escena 1.18 (Rosario y Paulina): 72% 28% Escena 2.20 (Marcela y Alejandro): 74% 26% Escena 2.34 (“Mamá Elena” e Ignacio): 65% 35% Escena 3.4 (Ignacio con sus tres hijos): 65% 35% Las cifras revelan que los fenómenos de fragmentación, es decir, las características orales del discurso, son dos o tres veces más frecuentes que los de la integración, pero las insuficiencias de una medición puramente oracional saltan a la vista cuando se hace este tipo de análisis en el discurso real. La clasificación de Chafe no toma en cuenta oraciones inconclusas y elípticas (que incluimos aquí entre los fenómenos de fragmentación), ni las coordinaciones entre oraciones subordinadas, ni la coherencia temática o pragmática. Debemos subrayar, entonces, que estos indicadores sólo detectan una organización de formas sintácticas que poco o nada tienen que ver con el sentido o la semántica del discurso. Otro aspecto que nos inclina a pensar que esta clasificación necesita matizarse en el caso de escenas dialogadas es el hecho de que la proporción de oraciones coorsdinadas y subordinadas varía en diferentes momentos de la escena, y de un personaje a otro, lo cual sugiere una posible influencia de roles discursivos en la organización sintáctica. Lo que más desconcierta, sin embargo, es la presencia de fenómenos suboracionales de integración en contextos con un alto índice de fragmentación oracional. ¿Se trataría de un efecto compensatorio? A manera de ilustración, citaremos la siguiente conversación entre Marcela y Alejandro, parte de la escena 2.20: Marcela: Ni me
preguntes qué es lo que me gusta de ti, porque a
ciencia cierta ni yo misma lo sé, pero me gusta tu
cuerpo, tus ojos, tu boca, tu sonrisa.
La clasificación de Chafe sólo puede dar cuenta parcialmente de las técnicas de integración que vemos en este pasaje, los patrones de repetición y paralelismo que rayan en un estilo ritual, sin dejar de conservar su tono de normalidad oral. Esto el guionista lo logra entretejiendo técnicas de fragmentación e integración en el mismo segmento, por ejemplo, en la oración coordinada de la primera intervención de Marcela, donde comienza la fragmentación discursiva, pero junto con la técnica integradora de varios sintagmas nominales en serie: tu cuerpo, tus ojos, tu boca, tu sonrisa. De igual manera, las repeticiones de adjetivos, nombres y hasta oraciones enteras que van señaladas con negrita son a la vez técnicas integradoras y fenómenos de la oralidad conversacional. En realidad, las repeticiones son parte de un movimiento que va en crescendo, ensanchándose desde el ámbito de la intervención inicial de Marcela para alcanzar segmentos textuales cada vez mayores. En la última intervención de Alejandro citada aquí, las técnicas de repetición y paralelismo abarcan oraciones enteras, una posibilidad no contemplada en la clasificación de Chafe, ya que sólo habla de series de adjetivos, nombres y verbos.
Lo
anterior servirá para aclarar cómo, a pesar de que en
“Mirada de mujer” hay más fragmentación que
integración sintáctica a nivel puramente oracional, se
logra un equilibrio efectivo entre ambos indicadores
gracias a lo que podríamos llamar una retórica
conversacional. Ya vimos que las series de segmentos
no se dan solamente a nivel de palabra, como en el
esquema de Chafe, sino también
a nivel de sintagma y oración. La cuantificación de
estos recursos no tiene sentido fuera de los contextos
en los que operan. Los demás fenómenos de integración,
los gerundios, los participios y las nominalizaciones,
son de menor importancia y no son nada frecuentes en
nuestro corpus. En el caso de los gerundios, sólo
coinciden parcialmente con los participios presentes
del inglés en la función integradora señalada por Chafe, por lo cual es discutible
su inclusión como parámetro del indicador de
Integración. En particular, los gerundios se combinan
con el verbo estar en lo que es una de las
categorías aspectuales normales del sistema de tiempos
verbales, los llamados tiempos progresivos. En otras
palabras, la asociación del verbo estar con gerundios
es una selección gramatical automática más bien que
una opción estilística. Pero si en el recuento de los
gerundios eliminamos los casos en los que van
acompañados de estar, desaparecen más de la
mitad, como se puede apreciar en el Cuadro 6, en el que la
columna izquierda expone los resultados de los
gerundios más comunes, y la derecha los de algunos
verbos menos comunes: Cuadro 6 Indicadores Integración: gerundios
Dada la frecuencia relativamente baja de cada verbo, quizá lo único que se puede apreciar con seguridad en estas cifras es cierto grado de diferenciación léxica. Las formas siendo y viviendo se emplean más con el verbo seguir que con estar. Pero de todos modos en el noventa por ciento de los casos, las formas del gerundio van acompañados de otro verbo, y por lo tanto el funcionamiento sintáctico del gerundio como elemento autónomo puede calificarse, en nuestro corpus, como meramente esporádica. Los participios presentan un perfil semejante. Aunque hay unos 125 participios diferentes en nuestro corpus, los de uso más frecuente, es decir, los que se emplean por lo menos cinco veces en el corpus, sólo suman 13, con un total de 92 incidencias. La gran mayoría de éstas son casos en los que el participio se emplea con los verbos auxiliares estar o haber, es decir, las opciones normales del sistema de tiempos verbales. En cuanto a las nominalizaciones, en la medida en qu las pudimos distinguir claramente de los simples sustantivos, contamos unas quince en todo el corpus, mayormente sustantivos derivados que terminan en -ción o -sión. La más común es decisión (6 incidencias), seguida de esperanza (5 incidencias) y equivocación e invitación (con 3 incidencias cada una). Por último, los adjetivos atributivos tienen una frecuencia sorprendentemente baja. Fuera del caso de bueno, que como adjetivo atributivo es mucho menos común que como marca de monitoreo discursivo, sólo importante y fuerte superan el nivel de diez incidencias en todo el corpus, y sólo hay catorce que s emplean cinco veces o más. Los que se citan como ejemplos en el Cuadro 1 son de los muy pocos que marcan segmentos temáticos y tienen resonancia fuera de su contexto inmediato. En el uso de los fenómenos de Fragmentación e Integración no se detectan claros perfiles idiolectales, como fue el caso de la Implicación y del Distanciamiento. Interpretando los resultados, podemos decir que la telenovela, en su elaboración textual, establece un equilibrio entre lenguaje oral y escrito, entre Fragmentación e Integración. El resultado no es sorprendente, si consideramos que hay un guionista que elabora primero por escrito lo que los actores-personajes luego deberán representar en forma oral. Pero desmiente la hipótesis de la simple “oralidad primaria” del lenguaje telenovelesco, enseñándonos que al atender patrones retóricos y discursivos podemos formular conclusiones más matizadas. En este sentido, hemos podido apreciar que hay ventaja en completar la clasificación de Chafe, basada en la sintaxis oracional, con el estudio de factores textuales y discursivos. Los otros dos indicadores, Implicación y Distanciamiento, arrojan resultados muy distintos, que apoyan plenamente las observaciones que hace Tannen 1982 al respecto (citadas más arriba). Permiten trazar una fina individualización, incluso jerarquización de los roles de los personajes del mundo telenovelesco. Esto se debe a que involucran no sólo palabras o formas lingüísticas, sino estrategias discursivas. Las estrategias discursivas son, a fin de cuentas, el medio constructor del mundo telenovelesco. En otro ámbito de conclusiones más generales, el estudio de rasgos orales y escritos en el lenguaje ilustra la primacía y el poder del género. Nuestras indagaciones nos enseñan que hablar de géneros orales y escritos puede ser una simplificación peligrosa si no va acompañada de un análisis cuidadoso de los géneros disponibles en determinada cultura o contexto cultural, y sobre todo de la estructuración interna de los mismos. Por lo que respecta a nuestra cultura moderna, tan prisionera de la palabra escrita, en la que las lenguas como el inglés, el español, el francés, sufren todos los efectos de la globalización y de la tecnologización de los medios de transmisión, podemos decir que nuestros géneros son cada vez más un punto de confluencia entre el lenguaje escrito y el oral, de tal suerte que se establece una interesante interacción entre ellos. Los géneros, entendidos en su materialidad dinámica y social, son casi por definición “impuros,” pero su misma impureza garantiza la vitalidad del lenguaje en su contexto social. |
CITAS
(1) El sentido de la cita se puede
traducir de la manera siguiente: (2) “La dicotomía entre productos verbales que son 'orales', por una parte, y 'literarios', por otra, puede proporcionar un instrumento heurístico útil, pero también puede limitar y confundir nuestra comprensión de los hechos. Algunos textos orales, tales como la canción de 'blues' que comentamos arriba, permiten reordenar sus componentes de manera flexible. Otros, tales como el chiste narrativo, exigen un respeto riguroso de la secuencia. Los textos escritos varían en la misma escala. Al considerar textos tanto de fuentes 'literarias' como 'no literarias', resulta esencial reconocer el poder del género y de los patrones lingüísticos asociados con él.” (3) “La diferencia entre rasgos del lenguaje que distinguen tipos de discurso refleja no solamente ni principalmente el modo del lenguaje hablado frente al escrito, sino más bien géneros y los registros relacionados con ellos, que son el producto de metas comunicativas y del contexto comunicativo.” (4) “...aquellos rasgos que se consideran literarios por excelencia (repeticiones de sonidos y palabras, paralelismos sintácticos, ritmo) también son rasgos básicos de la conversación espontánea común y corriente.” (5) “La 'literariedad' y la oralidad no son dicotómicas, ni representan los polos de una escala continua en la que diferentes tipos de modo 'letrado' y oral se pueden situar como resultado de sus características específicas. El mensaje electrónico y el correo electrónico, aunque comunicados por vía escrita, muchas veces comparten características que se han señalado como identificadores del lenguaje oral, tales como el grado de fragmentación y de implicación personal; sin embargo, el correo electrónico puede compartir características del lenguaje escrito. De igual manera, las cartas familiares o las notas que se dejan pegadas a la puerta del refrigerador, a pesar de hacerse en forma escrita, pueden ser fragmentarias y expresar un alto grado de implicación personal, en tanto que los discursos y las defensas orales de disertaciones, a pesar de comunicarse en forma hablada, pueden revelar un alto grado de integración e impersonalidad.” (6) “Por lo tanto, la aparición de características tales como la integración, la implicación personal en el mensaje, etc. es sobre todo el resultado del contexto situacional específico, no de la medida en que el discurso en cuestión es escrito u oral.” (7) “La integración (y su contraparte, la fragmentación) son rasgos superficiales de la estructura lingüística. La implicación (y su contraparte, la distanciación) representan una dimensión más profunda, reflejando lo que Goffman 1979 describió en la interacción cara a cara como 'footing', es decir, la postura del emisor frente a su público (y también, diría yo, frente al material o al contenido de la comunicación). Por consiguiente, marcas de integración y de implicación, que Chafe presenta como típicas del lenguaje escrito y del lenguaje hablado, respectivamente, pueden combinarse en un mismo y solo tipo discursivo.” (8) En aras de su representación realista de la vida cotidiana, la novela no termina con la tan esperada boda de la protagonista central, ni se encuentran al final todos felices comiendo perdices. Es decir que hasta cierto punto “Mirada de mujer“ participa de la ausencia de “narrative closure” que Allen postula como característica de las “soap operas” del mundo anglófono, a diferencia de las telenovelas latinoamericanas (21). (9) Revisando algunos de los verbos más comunes en nuestra muestra, incluyendo verbos de acción, de modalidad y diferentes personas gramaticales (voy: 96 incidencias; puedo: 70; pasa: 58; vamos: 46), no encontramos ni un solo ejemplo de presente histórico. (10) Estas expresiones, sintomáticas del lenguaje oral, se encuentran en boca de todos los personajes. Las más frecuentes son: eso (119 incidencias), esto (41), cosas (42) y cosa (41). Sólo en contados casos, y sólo en el caso de esto, se usan deícticamente para referirse a algún objeto específico en el entorno físico inmediato de los hablantes. (11) Parece que en las expresiones de modalidad operan varios factores determinantes. Supongo que y las formas del verbo sentir son más frecuentes en el discurso femenino: de 13 ocurrencias de supongo, sólo tres son de hombres. Por otra parte, todas pertenecen al discurso de mayores. Las 51 ocurrencias de creo que y no creo que se oyen mayormente en boca de María Inés, sus hijos y Alejandro, por lo cual podemos hipotetizar que el desarrollo de la trama principal requiere de un discurso más íntimo y personalizado que requiere de una expresión altamente modalizada. (12) Como forma representativa o sintomática de la expresión atenuante, podemos tomar el caso del adverbio de duda tal vez: de 13 ocurrencias, 10 son producidas por mujeres, y sólo 3 por un solo hombre, Ignacio, cuya forma de hablar es bastante idiosincrásica y no se parece a la de otros hombres en la telenovela. Es interesante notar que, de las 7 veces que Maríía Inés utiliza la forma, se combina con toda una variedad de formas verbales de indicativo y un solo caso de subjuntivo, en tanto que las incidencias producidas por otros personajes van siempre con formas del subjuntivo. Otros adverbios de duda como quizá y a lo mejor son de uso meramente esporádico. (13) Como ejemplos ilustrativos podemos mencionar: “tú sabes que son tantos años...” y “¿sabes que mi papá quería que fuera doctor?” Este uso nos parece incluir las dos funciones en cuestión: énfasis y monitoreo. Otros usos enfáticos de la forma verbal ¿sabes? que sólo ocurren esporádicamente son: no sabes cómo... y ¿sabes por qué? (14) La preponderancia del uso de bueno con esta función discursiva en nuestro corpus se aprecia por el hecho de que a ella corresponden 113 de las 136 incidencias de este adjetivo en nuestro corpus. (15) Se emplea en la expresión “ni la pela” = “no le hace caso”. (16) Apunta Waugh en sus conclusiones que: “The contextualization of reported speech is different in journalism than in fictional narrative or in conversation; in other words, there is an intimate relationship between the discourse frame and the linguistic resources used in that frame” (166). Lo que llama Waugh “discourse frame” viene determinado por el género discursivo, como explica en las primeras páginas del artículo. |