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La oralidad ha sido una forma
desprestigiada de representación desde el momento en que
la escritura y más tarde la imprenta se constituyeron en
las modalidades establecidas de concebir y transmitir
saber y conocimiento. La oralidad está asociada a
las culturas pre-letradas en que los “moldes de pensar y
de expresión,” como los denomina Walter J. Ong en su estudio sobre Orality and Literacy (1982),
difieren básicamente de los de la palabra escrita, en
cuanto no se someten a los patrones de razonamiento y
análisis de las culturas letradas. Oralidad y autoridad
en el dominio del lenguage podrían, por lo tanto,
parecer a primera vista como términos incongruentes
y hasta contradictorios porque la autoridad está relacionada con el poder que se otorga al significado, interpretación y representación de un texto y se asienta en sistemas de valorización sancionados por una cultura oficial. Susan S. Lanser expande estos conceptos y postula que la autoridad de un texto está dada en la interacción entre elementos sociales, como las comunidades receptoras y los recursos retóricos de la narración. Lanser considera la autoridad discursiva como “la credibilidad intelectual, la validez ideológica, y el valor estético que se confiere a una obra, autor, narrador, personaje, o práctica textual.” (6; la traduccion es mía). Esta “autoridad” textual del productor u “originador” de un texto ha sido desafiada por conceptos tales como el de “la muerte del autor” de Roland Barthes, lo que ha abierto posiblidades de ampliar el poder discursivo a otras esferas de representación entre las que se incluye también al público lector. Dentro de esta perspectiva, se puede observar en los últimos años un creciente interés por géneros o textos previamente excluidos, como la expresión oral, la narrativa femenina y la de la periferia. La oralidad discursiva representada en el testimonio originó un extenso debate sobre el valor literario-académico, representativo y político de este género documental (véase al respecto el número especial de la Revista de crítica literaria latinoamericana titulado La voz del otro: Testimonio, subalternidad y verdad narrativa dirigido por John Beverley y Hugo Achugar, con contribuciones de Jean Franco, Fredric Jameson y Cynthia Steele, entre otros). John Beverley en la Introducción a la colección de ensayos dedicados al testimonio en Latinoamérica, asocia subalternidad con oralidad y enfoca la forma oral del testimonio como problema de representatividad y de verdad narrativa. Beverley responde al interrogante planteado por Gayatri Spivak sobre si el subalterno puede o no hablar y ve detrás de la intención solidaria del intelectual comprometido, la huella de “una construcción literaria colonial o neo-colonial de un ‘otro’” (Beverley 7). En la misma colección, Jean Franco, al referirse al testimonio menciona también el planteamiento de Spivak y ve la problemática como “una lucha por el poder interpretativo de los excluidos y de los marginados” (116). Franco enfoca la relación entre oralidad y palabra escrita como un “problema ético” en cuanto a la apropiación de un relato oral del subalterno utilizado como materia prima por un “autor” que escribe desde una “posición diferente que la del hablante” (114). Franco asocia la novela al poder patriarcal y la oralidad al subalterno. Debates como éste, o ensayos como los de Lucille Kerr y Cynthia Steele al respecto demostraron la evidente tensión que existe entre el discurso oral o del subalterno y los mecanismos institucionales que otorgan significado y autoridad al texto. Este trabajo se propone incursionar en la problemática de la construcción de autoridad discursiva en una narración que tradicionalmente ha sido desvalorizada, como es la oralidad del subalterno, y analizar las estrategias narrativas con que Elena Poniatowska en su novela testimonial Hasta no verte Jesús mío (1969) elabora un texto que represente válidamente la realidad de una mujer marginada y logra constituirse en un ejemplo de autoridad narrativa. Mi discusión intenta avanzar en la temática de la representatividad y veracidad del relato oral ya debatido en el marco de la literatura testimonial y propone una re-evaluación de la autoridad textual que se concede a la voz del marginado en la tensión de la doble autoría entre la autora letrada y su informante femenino cuya voz está moldeada en estructuras de oralidad. Elena Poniatowska con su novela Hasta no verte Jesús mío introduce la “voz de los oprimidos” al canon literario latinoamericano. La ficción de las mujeres ha evolucionado al punto de que la protagonista de esta obra, Jesusa Palancares, es una mujer marginada que alcanza la posición de sujeto hablante en una narrativa que desmistifica los ideales de la revolución mexicana e inscribe la ideología del subalterno en el texto oficial. La escritura de Poniatowska logra incorporar las voces del “otro” mexicano, a través del diálogo con los que sufren de opresión, hambre o pobreza. En este aspecto, la autora sigue las pautas iniciadas por Rosario Castellanos en su rol de agente intercultural y su novela marca un avance en la representación del marginado en el discurso literario latinoamericano. Debido a su condición subordinada en la sociedad patriarcal, las mujeres han demostrado una apertura hacia la condición de los marginados por motivos de raza, clase o género. Rosario Castellanos a partir de los años cincuenta y Elena Poniatowska en época más reciente, han actuado como agentes interculturales que han transgredido las barreras de su clase social y han logrado establecer una interacción dialógica con el “otro” mexicano, con aquellos excluidos por su idiosincrasia o por su condición social subalterna. La escritura de las mujeres en América Latina puede leerse como una afrimación cultural y una expresión del Zeitgeist, del espíritu de la época desde el momento en que las escritoras volcaron su mirada hacia el otro sujeto, el de la periferia, privado de voz y de poder. Desde los comienzos de la narrativa femenina en América Latina, las mujeres han estado conscientes de su condición de subyugación y de su posición al otro lado del poder. Michel Foucault propone en una de sus conferencias que habría que preguntarse cómo funcionan las relaciones humanas al nivel de la subyugación, “al nivel de los procesos ininterrumpidos que someten a nuestros cuerpos, gobiernan nuestros gestos y dictan nuestro comportamiento” (97; traducción mía). Si se considera que el discurso se formula dentro de una dinámica de relaciones de poder, la escritora puede inscribir su resistencia en un discurso al reverso del lenguaje dominante, generando así una forma alternativa de saber y construyendo una subjetividad propia. Con este lenguaje se intenta subvertir el discurso oficial. Si la sociedad controla el discurso a través de sistemas de exclusión, la idea foucaultiana de deconstruir el “Sujeto Fundador” permite crear un contra-discurso que incorpore las voces del Otro, de la otra clase, raza o género. El lenguaje de las mujeres en América Latina ha sido formulado por voces de resistencia y por el cuestionamiento de los sistemas que regulan las situaciones de injusticia y represión. En su preocupación por la condición del “otro” mexicano, Elena Poniatowska (México 1933) ha aprendido a escuchar las voces de los oprimidos. Jesusa Palancares, la narradora-protagonista de la novela Hasta no verte Jesús mío, representa las voces silenciadas del México anónimo y su coraje para enfrentar calamidades. Jesusa, como mujer oprimida está constantemente expuesta a la violencia y a la escasez. Su existencia marginada está marcada por la ignorancia, el vicio, el abuso y la pobreza. La protagonista es una mujer de las barriadas de la ciudad de México que desde la infancia lucha heroicamente por sobrevivir. A la edad de cinco años pierde a su madre y a partir de entonces se inicia en la escuela de experiencias negativas que la llevan desde su tierra Oaxaca en épocas de Madero, a través de los episodios de la Revolución mexicana, hasta la capital federal donde enfrenta un destino de vida inestable. Su recorrido se caracteriza por una resistencia permanente a la opresión y por una lucha incansable contra cualquier fuente de poder que amenace su libertad individual y su integridad. En una conferencia sobre América Latina en 1982 en Berlín, Elena Poniatowska declaró su adhesión con los marginados cuando dijo: La literatura de las mujeres en América Latina es parte de la voz de los oprimidos. Lo creo tan profundamente que estoy dispuesta a convertirlo en leit-motif, en un ritornello, en ideología. (Mujer y literatura 462). La asociación de las mujeres con la periferia es esencial en la narrativa de Poniatowska edificada con la “voz de los oprimidos” y con las de aquellos excluidos de los centros de poder. Según la autora, Jesusa es y no es una mujer oprimida. Lo es “porque viene del nivel más bajo de la sociedad, pero no está oprimida porque ella se salva sola” (Testimonios 159).
Siguiendo
la línea del concepto de la doble negatividad de la
mujer del Tercer Mundo sugerido por Sara
Castro-Klarén, Poniatowska
escribe que la mujer mexicana es doblemente oprimida
ya que su estado de sumisión fue introducido por la
Conquista y el cristianismo, y porque las mujeres son
reprimidas debido a su género. Las mujeres que han
querido liberarse de Yo creo que fue una guerra mal entendida porque eso de que se mataran unos contra otros, padres contra hijos, hermanos contra hermanos; carrancistas, villistas, zapatistas, pues eran puras tarugadas porque éramos los mismos pelados y muertos de hambre. Pero ésas son cosas que, como dicen, por sabidas se callan. (Hasta no verte 94) Al introducir la voz de los marginados en su obra, Poniatowska está traspasando las barreras de la narrativa oficial cultural e histórica. Su intertexto del discurso dominante se entreteje con las voces de los oprimidos en un contradiscurso de la retórica de la Revolución mexicana. Poniatowska selecciona un lenguaje que reafirma su posición ideológica de adherencia a los oprimidos y emite así un postulado cultural. En este aspecto, la ficción de Poniatowska marca un hito significativo en la participación del marginado en la literatura. Las experiencias y visión del mundo de la protagonista Jesusa pueden leerse como una crítica social que refleja la ideología de la pobreza. En “Vida y muerte de Jesusa” Poniatowska escribe: De la mano de Jesusa entré en contacto con la pobreza, la de a de veras, la del agua que se recoge en cubetas y se lleva cuidando de no tirarla ... la de las gallinas que ponen huevos sin cascarón, “nomás la pura tecata,” porque la falta de sol no permite que se calcifiquen. Jesusa pertenece a los millones de hombres y de mujeres que no viven, sobreviven. (42)
Elena
Poniatowska descubrió lo que ella llama “la realidad
de la pobreza” en su encuentro con Jesusa. La historia de su
vida y su visión proyectan una crítica social a las
instituciones públicas
y articula una ideología de la pobreza, de la cultura
mexicana subalterna. La voz de la
El
texto de Hasta no verte
es un encuentro de dos fragmentos de la cultura
mexicana. Hay una autoría
doble en que la voz es genuinamente de Jesusa, pero
donde la autora edita su relato oral.(1)El texto reproduce su
imaginación, su filosofía de vida, su discurso sobre
la revolución mexicana, su crítica de la carestía de
la vida, su lucha por sobrevivir. En una situación
social de desigualdad e injusticia, la narración
autobiográfica de Jesusa proyecta un carácter rebelde
e independiente que se resiste a la explotación. El
texto de Poniatowska
reproduce una pluralidad de voces que incluyen las
voces de la periferia en tensión con las voces
del discurso oficial y político en un lenguaje
heteroglósico. Es en esta intersección cultural donde
es importante preguntarse
en qué medida puede el oprimido acceder al lenguaje
para expresar su realidad. En su conocido ensayo “Can the Subaltern Speak?”
Gayatri Spivak se resiste a
conceder el privilegio de la palabra a los sujetos
silenciados de los márgenes, a aquellos campesinos
iletrados borrados por lo que ella llama la
“violencia epistémica” (283).
Ella se pregunta si, dadas las diferencias entre interlocutor y receptor,
“¿con la voz de qué conciencia puede hablar el
subalterno?” (285). En el caso
de Hasta no verte Jesús
mío yo sostengo que el subalterno,
representado por Jesusa, Si se considera la ideología como resultado de una experiencia y no de un código de ideales abstractos,(2) se puede postular que la ideología de Jesusa es su respuesta a su circunstancia social y a las fuerzas dominantes en la sociedad. Su relato oral proyecta una ideología del subalterno mexicano, su añoranza de la vida de campo, su auto-defensa contra la violencia, su pesimismo sobre el destino de los pobres.
Volviendo
a la pregunta sobre la autoridad de la voz del
marginado y en qué medida el lector puede distinguir la voz
del interlocutor del marco ideológico del autor,
yo propongo que el personaje ficticio de Jesusa
Palancares, dotado con la mente analítica de Elena Poniatowska, y en
Hasta no verte Jesús mío
incorpora el discurso de los oprimidos a la historia
literaria. Su escritura reproduce las voces anónimas,
hasta ahora excluidas, de los mexicanos de la
periferia en un
contra-discurso a la narrativa oficial del siglo XX.
El relato oral de Jesusa Palancares reproduce su
visión del mundo, su resistencia inquebrantable y su
esfuerzo por superar su |
CITAS
(1) Jesusa es el nombre ficticio de Josefina Bórquez (1900-1987). Cynthia Steele, que ha tenido acceso a las cintas grabadas, a los documentos sobre las conversaciones entre Poniatowska y Jesusa y a los manuscritos de Poniatowska, sostiene que el texto de la novela “se mantuvo extremadamente fiel tanto a la historia de su informante como a su lenguaje” (157). Elena Poniatowska se refiere a la elaboración de esta obra en dos ensayos relevantes (1983 y 1984). (2) Terry Eagleton expone los múltiples significados de “ideología.” Para mi discusión me apoyo en su concepto de ideología como “a lived relation” (28-30), como resultado de la propia experiencia y la respuesta personal a circunstancias sociales. |
OBRAS CITADAS
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